lunes, 17 de noviembre de 2008

Antonio El Sevillano

El cantaor Antonio Pérez Guerrero, más conocido por el nombre artístico del El Sevillano, nació en Sevilla el día 15 de Abril de 1909 y murió en Alcalá de Guadaíra (Sevilla) en 1989. Se destacó por su fandangos personales y creativos, dándose a conocer en el mundo del flamenco por este estilo, que fue lo que más cantó, junto a las bulerías y tangos de Triana, también con mucho éxito en su mejor época.
El Sevillano, uno de los cantaores más personales de la historia del flamenco.
Vivió en Alcalá de Guadaira desde los nueve años hasta que hizo el servicio militar, y allí aprendió a cantar junto a Joaquín el de la Paula, a quien consideraba su único maestro. Profesionalmente se inició en las reuniones de aficionados de la Alameda de Hércules, como él mismo nos cuenta. Según sus relatos "...había siempre ocho o diez cantaores, otras tantas bailaoras y cuatro o cinco guitarristas. Y había que cantar con todos, que ésa era la gracia. Y tirarse de fiesta toda la noche. Y el día. Y te daban cuatro o cinco duros y con eso tenías que vivir". Sobre sus fandangos manifestaba: "Yo hago tos los cantes y conozco tos los cantes. Aunque parece que lo que más ha quedao han sío mis fandangos. En mis fandangos lo difícil está en el final. Hay que recortar, y decirlo tó en un momento. Mi cante es recortao, no se puede alargar".
El Sevillano, que alcanzó la gloria a partir de 1935 por mor de un estilo de fandango propio que ha legado al repertorio clásico del cante, fraguó su queja jonda en el barrio de San Julián escuchando los lamentos del Carbonerillo, Pepe Pinto y el Colorao, entre otras figuras de la época.
Pero Su estilo terminó de tomar esencia propia cuando se trasladó a Alcalá de Guadaíra, donde precisamente le pusieron el apodo, El Sevillano, con el que conquistó los escenarios. Cuando Antonio se instaló en la capital de los panaderos, con tan sólo nueve años, era ya conocido, sin embargo, por otra faceta también olvidada hoy: sus cualidades futbolísticas. De hecho, jugó como carrilero diestro en el Betis durante la década de los veinte. Su nombre balompédico fue Pérez. Pero el servicio militar frustró su carrera deportiva y a partir de entonces, El Sevillano, que podía presumir de haberle marcado al Sevilla en La Enramadilla, donde jugó junto a históricos como Papa Jones y Artola, decidió consagrar su vida al flamenco. No en vano, en Alcalá había conocido a Joaquín al de la Paula, gitano medular que nos dejó en herencia los estilos por soleá que hoy se atribuyen a esta localidad sevillana. Y para Antonio Pérez Guerrero no hubo más maestro en su vida que el legendario cantaor alcalareño. Sin embargo, sus comienzos profesionales se produjeron en Sevilla, muy cerca de la calle en la que había nacido: La Alameda de Hércules. «Entonces en La Europa había siempre ocho o diez cantaores, otras tantas bailaoras y cuatro o cinco guitarristas. Y había que cantar con todos, que ésa era la gracia. Y tirarse de fiesta toa la noche. Y el día. Y te daban cuatro o cinco duros y con eso tenías que vivir», reconocía él mismo. Su repertorio fue muy amplio, pero Antonio Mairena lo definió como «una de las primeras figuras entre los fandangueros egregios», lo que sirvió para encasillar definitivamente a El Sevillano como genio del fandango, obviando sus insoslayables cualidades como cantaor festero. No hay que olvidar que Antonio metió por bulerías decenas de coplas de autores como Rafael de León o Salvador Valverde, entre otros muchos, y que creó escuela propia en los cantes de compás con tercios como «El tío de las castañas». Además, su manera tan distinta de acometer la Soleá de Alcalá invita a pensar que su versión es la más cercana a la original de Joaquín el de la Paula y que Antonio Mairena pudo haberle añadido mucho de su cosecha al estilo que conocemos hoy. Pero el leve recuerdo que queda de su legado está dirigido exclusivamente hacia su magisterio como fandanguero. Tal vez por esa razón, él mismo hablaba de este tema tratando de aclarar que no era un simple fandanguillero: «Yo hago todos los cantes y los conozco todos. Aunque parece que lo que más ha quedao han sío mis fandangos. En mis fandangos tal vez lo difícil esté en el final. Es una cosa de velocidad. Hay que recortar, y decirlo tó en un momento. Mi cante es recortao, no se puede alargar. Efectivamente yo he tenío pocos imitadores de mis cantes, pienso que porque no podrán, por esa dificultad que he dicho» Su discografía es muy extensa, sobre todo junto al guitarrista Niño Ricardo, y en ella da muestras de su amplio dominio de los cantes, pues aunque el 80 por ciento de sus grabaciones son de fandangos y bulerías, también hay cortes de alegrías, farrucas, estilos de ida y vuelta y Soleá. Pero casi toda su obra está descatalogada. Como su memoria. Porque Antonio Pérez Guerrero es otro maestro desdeñado en esta tierra de los olvidos a la que, ahora más que nunca, habría que cantarle uno de aquellos fandangos que él mismo escribió:
«Con un bien se paga, / tú no debes de olvidar / que un mal, con un bien se paga. / Con eso demostrarás / que la mentira se acaba / cuando llega la verdad».
Él nos paga con un bien incalculable: su cante.

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